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Ciencia, Conocimiento y Fe
León Zeldis, FPS, 33°
PSGC, Supremo Consejo del Rito Escocés del Estado de Israel
Gran Maestro Adjunto Honorario

Reimpreso del Boletin, La Fraternidad #62, Tel Aviv, Israel

Ciencia, Conocimiento y Fe

Es habitual contraponer el sistema científico y la fe religiosa como antípodas en el desarrollo de las ideas. La fe en una verdad revelada no se sustenta sino en lo que queremos creer, lo que nos ha sido inculcado desde la niñez, y que debemos aceptar como cierto sin pretender una explicación racional. Esto es el dogma.

Por el contrario el sistema científico se nos presenta como el triunfo de la razón. Nada puede ser planteado "ex cátedra", como una verdad que no se puede poner en duda. Más aún, según los teóricos de la filosofía de la ciencia, solo es verdad científica aquella que eventualmente podríamos refutar. Por ese motivo, existen graves dudas sobre si las teorías psicológicas, por ejemplo, pueden ser consideradas realmente científicas ya que cualquier evidencia experimental negativa puede ser "explicada" adaptando y reformulando la teoría. Lo mismo vale para el marxismo que, pese a su pretensión de ser "científico", no obedece el criterio de refutabilidad establecido por Karl Popper.

Como espero dejar en claro a continuación, esta concepción de fe y ciencia como opuestos excluyentes uno del otro es demasiado simplista. La fe no es completamente irracional, y la ciencia -especialmente la ciencia moderna- no está exenta de artículos de fe.

Comencemos con el tercer punto de nuestro título, ya que en el fondo, tanto fe como ciencia son vías o medios de alcanzar el conocimiento de las cosas. Es decir, se trata de comprender la realidad. El mundo, nosotros mismos. Esta compresión, o conocimiento, es la verdadera meta tanto del camino de la fe como el de la ciencia.

¿Cómo conocemos el mundo? Pensemos un momento. Nuestro yo, nuestra personalidad, espíritu, alma, como queramos llamarlo, tiene solamente dos alternativas para llegar al conocimiento de algo. Una, es la reflexión, es decir, estudiarse a sí mismo. Este estudio, por supuesto, no es objetivo, y además no es comunicable a los demás, sino en forma indirecta y defectuosa. Pero indudablemente, aprendemos muchas cosas en la vida simplemente reflexionando sobre lo que hemos hecho o pensado, sobre lo que sentimos y lo que nos pareció cierto, correcto, apropiado, y las conclusiones que sacamos al respecto.

El camino de la introspección es una vía de conocimiento. La otra, es a través de nuestros sentidos. Nuestros cinco o seis sentidos son nuestras puertas o nuestras "interfaces" con el mundo exterior. Sólo lo que nuestro equipo fisiológico-anatómico es capaz de detectar, puede convertirse en materia prima para la elaboración de nuestros conocimientos. Para hacer otro paralelo con el mundo de la cibernética, los ojos, las retinas, los oídos, las papilas de la lengua, etc., todo esto es el "hardware" de nuestros sentidos. Pero luego viene el "software", los mecanismos que permiten convertir las minúsculas cargas eléctricas transmitidas por las neuronas en las imágenes que vemos, sonidos que escuchamos, y todo el resto de información proporcionada por los sentidos. Si hablé recién de un sexto sentido, no me refiero a la parapsicología, sino al sentido del equilibrio o de posición del cuerpo, en su forma amplia, es decir, ese sentido que nos permite, sin abrir los ojos, llevar una mano a la cabeza y no al hombro.

Habiendo dicho todo esto, no cabe duda que, aparte del conocimiento directo, tal como lo hemos visto, existe otra manera de adquirir conocimiento, y es a través de las experiencias de otras personas, que nos transmiten sus conocimientos a través de nuestros sentidos. Por ejemplo, si un amigo me dice que el puente del Yarkón está cerrado, lo puedo aceptar como un conocimiento cierto, y en base a esta información, cambiaré mi ruta de viaje para llegar a la oficina. No es preciso que vaya a ver con mis propios ojos que el puente está cerrado.

En la misma forma, no tengo que ir en persona a la Antártida para saber que allí viven pingüinos, si lo he leído en un libro.

Estos son ejemplos triviales, y bastante tontos, quizás. Pero pasemos ahora a conocimientos más importantes, "científicos". Por ejemplo, los científicos nos aseguran que el aire que respiramos está compuesto en su mayor parte de nitrógeno, una menor proporción de oxígeno, y algunas trazas de otros gases. Claro, no quiero referirme a los gases de la contaminación urbana, el hollín, etc. Todo esto no lo podemos verificar. Tenemos que aceptarlo como un artículo de fe, eso sí, basados en la premisa que otra persona, con el instrumental y los conocimientos adecuados, podría llegar a las mismas conclusiones a que llegaron los científicos que escribieron mi libro de química.

Vamos adelantando. Tomemos un fenómeno de la vida diaria, como la combustión. Vemos un objeto, un papel, por ejemplo, que cambia en segundos de forma, y prácticamente se desvanece delante de nuestra vista. ¿Qué pasó? Hasta hace doscientos años atrás, la explicación científica era que el papel perdió su contenido de flogisto. Hoy en día, hablamos de "oxidación" violenta, con radiación de calor y luz. Lo que quiero decir es que la "explicación" no la podemos verificar, lo que vemos no es eso, sino que tenemos que aceptar la explicación en base a nuestra fe en la validez de la ciencia.

Mucha gente rechaza la idea del alma, o del espíritu, como algo que tiene existencia material. Se han hecho experimentos, pesando una persona unos instantes antes de morir, y justo después de la muerte, y no hay diferencia en el peso. Luego, el alma no existe.

Sin embargo, tenemos el ejemplo de algo tan simple y extendido como la electricidad, o el magnetismo, que tampoco tienen peso, ni los podemos ver, ni sentir con ninguno de nuestros sentidos. Luego, el magnetismo no existe.

Ah, -viene la respuesta inmediata.- Pero contamos con instrumentos capaces de medir la electricidad, el magnetismo, los rayos X, las ondas de radio, tantas otras cosas que no se ven ni se perciben a través de nuestros sentidos.

Magnifico. ¿Es que la radiación natural de los minerales radioactivos no existía antes de los esposos Curie? Por supuesto que sí. Pero como no la sentíamos, para todos los miles de generaciones de seres humanos hasta el siglo XIX la radiación efectivamente no existía.

¿Quién nos puede asegurar que no descubriremos en algún momento en el futuro los instrumentos apropiados para medir el alma, el espíritu? El problema, entonces, no es de existencia, sino de tener los medios de detectar la presencia.

Esto nos trae inmediatamente a la idea de Dios. Como en el caso del espíritu, no tenemos medios para medir la presencia o existencia de Dios. Eso no prueba que no existe, por supuesto. Sin embargo, aquí entra en juego un factor adicional. Estamos tratando de un concepto tan abstracto -inefable, es decir que no se puede expresar- que sería absurdo pensar que el medio de detectarlo pueda ser un instrumento mecánico o electrónico.

Aquí me voy a permitir una digresión. El instrumento, muchas veces no mide directamente la cualidad o fuerza, sino sus efectos. Por ejemplo, no medimos la gravedad directamente, sino su efecto sobre los cuerpos. Tampoco se mide la corriente eléctrica en forma directa, sino a través del campo magnético que crea alrededor del conductor. Podría multiplicar los ejemplos.

¿No seria lógico, en el caso de Dios, buscar también la forma de detectarlo o "medirlo" a través de sus efectos, y no directamente? El efecto más notable de la existencia de Dios, por supuesto, es la existencia del universo material. Podríamos decir, con bastante propiedad, que la sóla existencia del universo es ya de por sí prueba suficiente de la existencia de Dios.

Pero hay otro factor no menos importante. El estado natural del universo es el caos, la indiferenciación de la "materia prima" antes del "big bang". El orden no puede aparecer por sí sólo. El hecho de que exista orden en el universo, demuestra en forma irrefutable la existencia de una fuerza ordenadora, que podemos identificar con el Gran Arquitecto del Universo, que es nuestro símbolo de Dios.

Volvamos un instante a la ciencia y al método científico ¿Qué sucede cuando los resultados de los experimentos científicos van en contra de la razón común y corriente, y sólo se pueden entender en términos matemáticos? En física nuclear, por ejemplo, es aceptado que hay partículas elementales que no tienen masa. Eso significa, en palabras normales, que esa "partícula", que en el lenguaje corriente se nos imagina como un pequeñísimo granito de arena, no contiene materia en absoluto. ¿En qué sentido existe una partícula así? No quiero entrar en detalles, pero la idea creo que está clara. Si una partícula carente de materia puede ser considerada como existente por los físicos, ¿por qué nos va a parecer absurda la proposición que el alma exista, aunque no tenga existencia material?

Más aún, según las teorías físicas actuales, las partículas subatómicas no existen en forma material sino en el momento que interaccionan con otras partículas. Es decir, de niños nos acostumbramos a pensar en el átomo como un pequeño sistema solar, con el núcleo en el centro, como el sol, y los electrones girando alrededor como los planetas. ¡Completamente falso! Los electrones y demás partículas no siguen una trayectoria definida, sino que se mueven simultáneamente en una cantidad casi ilimitada de órbitas. Cuando se interfiere con la partícula y choca con otra, sólo entonces sigue una sola trayectoria. Ni siquiera podemos prever cuál de las posibles trayectorias es la que seguirá.

Hay fenómenos que la ciencia normal o experimental no tiene éxito en estudiar, como los fenómenos parapsicológicos. Eso que pueda existir un nexo o conexión entre dos personas a miles de kilómetros de distancia, se nos hace difícil de aceptar. Y sin embargo, las experiencias de muchas personas demuestran la realidad de esas conexiones.

¿Es distinta la ciencia? Un momento, según ciertos experimentos realizados en Ginebra con fotones que se dividen en dos, se ha demostrado que estos fotones, a diez kilómetros de distancia uno del otro, reaccionan en forma idéntica, por ejemplo, para elegir entre dos caminos en una bifurcación. Invariablemente, las dos partículas tienen la misma reacción, si la primera elige el camino A, la segunda hará lo mismo. ¿Cómo sabe un fotón lo que esta haciendo su "gemelo"? Una explicación seria, por ejemplo, que la tendencia a tomar cierto camino está ya decidida de partida en el fotón original, y es heredada por los dos fotones "gemelos". Lamentablemente aceptar esta idea echaría abajo todo el edificio de la física cuántica, que esta predicada en la idea de que una partícula está "indecisa" hasta que llegue el momento de interactuar.

Posiblemente el problema sea semántico. Nuestro idioma, que evolucionó por miles de años para permitirnos la comunicación entre seres humanos, no nos sirve para describir la realidad científica. El idioma es útil para describir el mundo como lo conocemos en nuestra vida diaria, no como lo estudiamos en los laboratorios. Es como pedir que los colores tengan olor. Son campos distintos de pensamiento. El único idioma que parece permitir el estudio de los fenómenos científicos es el de las matemáticas.

Y esto nos devuelve al lenguaje simbólico de la Masonería. La letra G, que representa Geometría, según algunos (y por metonimia, Matemáticas en general), y según otros God (Dios), ha sido un símbolo fundamental de la Masonería Especulativa desde sus comienzos. El idioma preferido de Dios parece ser el de las matemáticas. Una previsión genial de nustros antiguos hermanos, compartida por los cabalistas con sus cálculos gemátricos, y por Espinoza, en su intento de demostrar la existencia de Dios por metodos matemáticos.