APRECIACIONES
RESPECTO A MI INICIACION
Muchas
fueron las cosas que llamaron mi atención, tales como la guía que tuve durante
los momentos de oscuridad, las pruebas simbólicas a las que fui sometido, o el
detalle de la desnudez de mis extremidades izquierdas, pero lo que más captó
mi interés fue el tránsito por el cuarto de meditación.
Si
bien dicho cuarto me fue presentado como un lugar para la meditación, éste me
hizo recordar algunos relatos en los cuales los autores describían, con las
reservas del caso, sus iniciaciones a diversas escuelas herméticas; de los que
se advierte como factor común, el descenso a niveles subterráneos.
En
efecto, Lobsang Rampa en el Potala en la ciudad de Lahsa en el Tibet, Antón
Ponce de León en un pueblito de las cumbres Cuzqueñas, y Elisabeth Haich
describiendo una iniciación en el antiguo Egipto, refieren que en tales casos
el rito de iniciación incluyó su permanencia en cámaras subterráneas.
Pero
quien califica de mejor modo tal situación es Lobsang Rampa, que la denomina la
ceremonia de la pequeña muerte, lo cual coincide con mi impresión respecto a
lo que significó mi estadía en aquel estrecho cuarto oscuro del sótano, que
bien podría representar una tumba; el cráneo sobre la mesa de dicho cuarto no
cuestiona tal hipótesis, así tampoco la advertencia que recibí mientras
caminaba con la venda en los ojos, ni el testamento que tuve que hacer, tampoco
el despojo de mis bienes materiales, similar al que hace la hermana muerte
cuando llega.
Pero
concluir que la ceremonia incluyó simbólicamente mi muerte sería solo el
punto de partida, puesto que lo importante del tema se centra en descubrir la
implicancia que ésta tuvo en tal iniciación.
Una
primera respuesta podría ser que una iniciación denota un nacimiento, y éste
a su vez la muerte previa, o dicho de otro modo, para nacer hay que morir.
Sin
embargo, el asunto podría presentar otra arista si advertimos que la
transformación, en toda la creación, se manifiesta a través de la muerte. Así
si entendemos que la muerte lejos de ser el fin de la existencia, constituye sólo
una transformación, un cambio profundo, éste bien puede estar simbolizado por
aquella.
De
otro lado, conocido es que para el hombre antiguo era un misterio como es que el
Sol aparecía en las mañanas por el este, si es que el día anterior se había
puesto por el oeste, tal percepción le llevó a deducir que existía un mundo
inferior que el Sol tenía que cruzar por la noche.
Dicha
creencia guarda concordancia con historias que forman parte de la tradición de
muchos pueblos, referidos al héroe que viaja al inframundo a llevar una
importante tarea, regresando victorioso, o levantándose de entre los muertos.
Así
según tales tradiciones ancestrales, que forman ya parte de la conciencia
colectiva, resultaría necesario descender al inframundo para la ascensión
triunfante; concepto que además resulta de fácil asimilación para quienes
pertenecemos a la fe cristiana.
De
tal modo, aquel cuarto que a nivel conciente fue el espacio concedido para la
meditación, producía importantes efectos en mi subconsciente, siendo el
mensaje recibido: “Estas muriendo, y nacerás triunfante, transformado, a un
nuevo día de luz”. En ese sentido, una vez entendido el mensaje, sólo me
queda como tarea integrar esa experiencia a los demás planos de mi existencia.
Creo
que sería apropiado concluir este trabajo citando el siguiente texto atribuido
a Goëthe:
Mientras tú no hayas vivido
La
muerte y resurrección,
No
eres más que un pobre diablo
Sobre esta tierra sin sol.
B:.R:.L:.S:.
Nº 127 “Libertad Universal”
Q:.H:.
Víctor Castañeda
V:. de Lima, 27 de setiembre de 2003